Me perdí en el tiempo. Yo estaba ahí con mis ojos, contemplando a las personas hablar. Las palabras brotaban de sus labios como brotan las flores de las plantas, pero aceleradamente, crecían sin escrúpulos, deformandose y volviendose a unir, formando un paisaje, que estaba eternamente condenado. Y aquellos mismos ojos, con los que veía a las personas pasar, con los que descubría nuevas cosas, se encontraron pronto aquí, flotando en una oscuridad que esconde demasiadas cosas. No las comprendo, y dudo que ellas me comprendan a mí. Estoy aquí con mi cuerpo, recorriendo este espacio, en el que no encuentro ningún sentido. Eso me produce ganas de huír y a la vez de permanecer, porque quizás no haya vuelta atrás. Entonces vuelvo al presente, al ahora. Siento mi cuerpo, la sangre que late, las venas que lo recorren, los huesos que lo mantienen...esto será difícil de entender para ustedes, pero mi cuerpo está inerte. Ese es el misterio más grande que refugian mis capas y capas de piel. Se acostumbró al hombre a pensar que la vida se originaba y mantenía a base de oxígeno y un corazón que late. Cuando mi alma murió en aquel cuarto, no solo mi cuerpo se quedó inerte, el tiempo se dislocó y se fundió a mi alrededor como la cascada de un río. De aquel río que cae con furia, arrebatenle un instante, en el que se presencia el movimiento aunque este no existe, ese es el espacio y las gotas son mi cuerpo. Me presento aquí como un diario, como una hoja que solía ser virgen y la cual han arrugado. Esas palabras que brotaban desesperadamente de los pétalos quisieron plasmarse en mi piel. El resultado no fue más que unos cuantos garabatos y otros tantos borrones de tinta.

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