“Hace como un mes que no puedo llorar” – le dije bajando del
cordón, parándome a la derecha, parándome siempre un poquito más adelante. Es
un vicio que tengo, y una de las tantas cosas que Martín no entiende. Nunca
entiende de estas cosas Martín. Él sale a caminar y no mira a la gente, sólo le
preocupa lo que le tiene que preocupar. Por ejemplo, ahora están volando un
montón de palomas juntas y a mí me da la sensación de estar en un dibujo y sé
que aunque” ¿Tenés fuego?” Lo miro. “Sí Martín, tengo fuego”” ¿Qué te pasa?” Y
que me cagaste el dibujo, por ejemplo, que las palomas ahora están
escondidas atrás del edificio, y para
qué, para qué decírtelo. Él sigue mirando quién-sabe-qué y yo intento no pisar
las líneas de las baldosas.
“Es bueno no llorar” me dice. En esos momentos me doy cuenta
que tiene cara de gil. Yo no sé qué hago acá, me lo pregunto seguido y creo que
tiene que ver con los sonidos. Es decir, yo escucho que me está buscando y es
como una caricia, es casi una disculpa. Él sabe que me voy a ir, sabe mejor que
yo que nunca estuve. Y eso es lo que más me jode. Inmutable, inimputable,
inaudito Martín, que me vuelve colilla, de esas que tira al piso todo el
tiempo, todas las esquinas llenas de colillas y yo y su indiferencia,
incorruptible.
El martes a eso de las cuatro y media dije “Fue, me tomo el
palo”. Él estaba sentado en frente de la computadora, contestando una serie de
preguntas y yo, que tenía el pecho cerrado porque hace mucho que no tengo
tiempo de estremecerme, ni en el bondi, ni en un té, lo miraba y pensaba: pobre
tipo. Porque Martín no va a ver nunca el abismo que emana de una frase a otra,
la distancia que es repetición pura, de un espacio a otro, y sobre todo, Martín,
no sabe qué es parir una respuesta. Él
lo tiene todo organizado, en detalles, en tamaño y me dice todo el tiempo que
hago mucho despelote. El arte es un toque sucio le tiré una vez y me miró raro,
no entiende nada de enchastarse en lagañas frustradas, de quedarse dormido en
el medio de un paso, de pintar palabras en los colores. No entiende, no sabe, que lo peor del mundo
ya está pasando y es que yo no puedo llorar. No sé qué me hizo quedarme. Algo
así como un miedo o una ilusión de que capaz que sola, qué sé yo, desvanecerme,
al final es como un testigo. O eso me pareció el otro día, cuando me ayudó
porque no sé sacarme la bufanda. Tiro y se me enreda en el cuello entonces me
pongo nerviosa y tiro más. El viene y le da la vuelta, la deja en la cama. Entonces
respiro hondo en esa mirada que me responde y un poco sé que en el fondo se
ríe.
Estamos condenados. A la incomprensión.
A ser una nota que se desliza
por debajo de la
puerta
La mirás.
Tus ojos la miran.
Y la vomitan, innumerables
incontables
veces
A ser una nota que se desliza
por debajo de la
puerta
La mirás.
Tus ojos la miran.
Y la vomitan, innumerables
incontables
veces
Gracias. Por recordar. Me.
A mí. Eso. No
a mí. De a Mí.
Ser- ante.
Ceder-ante.
Compadecer.
Basta, te digo
Estamos condenados. Y vos,
Me mirás
Dos puntos
Ya tenías que cagarla
Estamos condenados. Y vos,
Me mirás
Dos puntos
Ya tenías que cagarla
Al final
Las personas
Punto
no somos
y a parte
más que-qué
Martín se levanta todos los días a las siete de la mañana.
Saluda a la misma gente, lee el mismo diario. Alguna vez quiso ser periodista,
o algo así, nunca sé cuando hablamos de lo que hablamos y cuando referimos. Va
a un castillo, Martín, se sienta en un escritorio, firma papeles y habla y se
mueve (esto me lo imagino, no lo sé, nunca lo vi) de otra gente, por causas
justas. Sos inapelable Martín, sos innegable. Estás, vas, volvés. Casi que
existís. Te levantás, te ponés un saco, abrochás los botones, uno por uno.
Nunca te olvidás de cepillarte los dientes.
Pero decíme, mono. ¿De qué sirve hacer tanto si estás tan
lejos de todo? Si una taza de té en el balcón, es sólo una taza de té en el
balcón. Si a la noche te vas a dormir tranquilo. ¿No te asustas después de un
rato de ser tan vos? Tan-no, tan ausencia que fue grito y ahora flota. Cáete,
pibe, golpéate. La puta madre Martín,
dejá de sonar tan levemente. Me enfermás, sos un cagón Martín y me enfermás. No
sos capaz de ver nada atrás de las palabras.
Me cebo un mate.
Porque no puedo llorar.
Me río.
En el edificio de enfrente pasa volando
un pájaro.
Porque no puedo llorar.
Me río.
En el edificio de enfrente pasa volando
un pájaro.