El pájaro y la piedra



                                                                            “El amor no tiene cura… y es eterno mientras dura”
                                                                                              Joaquín Sabina &  Joan Manuel Serrat




 Para Fer






Había una vez una coneja. Su nombre era Anny, y era blanca como la luz que desprende la flor del Jazmín, y tan suave como la ternura que esconde un pétalo de rosa. Sin embargo, se sentía desdichada. Sus ojos, de color carmín, enviaban una sensación de mal augurio a los demás animales, y ella percibía a estos como una maldición, parecida a la de Caín, y se sentía invitada a caminar por aquellos caminos de eterna soledad, despojada de su esperanza.
                                             
Anny solía pasar su tiempo con los hermanos Adem, que eran puerco espines. Le fascinaba la idea de bailar con ellos y su familia la danza característica de su especie, aunque esto siempre terminaba por traerle más desgracias que alegrías. Así fue que un día, por mero descuido, se vio afectada en una pierna, lo cuál le imposibilitó salir por varias semanas.
Aquellos días se volvieron eternos. La pobre coneja no recibió ni una visita, y abandonó la idea de salir de su refugio. Ya no tenía sentido caminar, no tenía a quién visitar, ni de quién huir. Se sentía atrapada bajo su propio pelaje.

No obstante, una mañana de Abril, escuchó cantar a un Jilguero. Su melodía arrasadora, le conmovió su corazón hasta lo más íntimo, y decidió entonces salir a espectar al maravilloso compositor. Una vez fuera, cuando logró localizarlo entre las ramas de un sauce, el jilguero ya había cesado de cantar. Poseída bajo un impulso repentino, le habló a media voz:

-         Querido Jilguero, que tan desenvuelto expresas tu pena, grande es el obsequio que me has otorgado al hacer sonar tu voz. ¿Por qué te has detenido?
Perplejo, el jilguero, que solo se creía, miró a su espectadora y le dijo:
-         No era consciente de su presencia. Me he detenido porque ya no le quedaban más notas a mi canción
-         Era muy hermosa – repuso Anny- ¿Quisiera cantarla una vez más para mí?
-         Hoy no podrá ser. Temo perder mi energía al entonar mi canción, y quedarme sin fuerzas para volar después. Pero gustoso volveré mañana y se la cantaré una vez más, si es que así lo desea.
-         Será fantástico – contestó con entusiasmo la coneja- ¿Podría saber su nombre?
-         Me llamo Franco, soy el Jilguero de las Islas Canarias. ¿Y usted?
-         Anny.
-         Muy bien Anny, nos veremos por aquí pronto entonces. Ahora debo partir.
-         Hasta mañana Franco.
-         Adiós

Y al pronunciar esas últimas palabras, retomó el vuelo y se fundió en el cielo.
Anny se volvió a su casa, para su sorpresa, con ciertos indicios de felicidad. En aquel momento se lo negó así misma, pero el inesperado encuentro había encendido en ella un fuego olvidado, pequeño y frágil en un primer instante, pero vivo al fin.

A la mañana siguiente, el jilguero Franco se presentó tal y como lo había acordado, y entonando sin falta su canción. La coneja se incorporó velozmente y acudió a su encuentro. Estaba disfrutando de la melancolía que recitaba Franco, hasta que, imprevisiblemente, al llegar al final de la misma, este se desplomó en el suelo súbitamente. Disparada como un rayo salió en su busca, y lo encontró sentado contra el sauce. Su atención no pudo evitar recaer en un piolín que colgaba de su pata, al que estaba sujeto una piedra. Una vez de pie, sobraron las miradas para dar un entendimiento. Ni el pájaro quería hablar de eso, ni la coneja lo incomodaría con preguntas.

 Poco a poco, contando los amaneceres, el jilguero fue vocalizando su canción, aunque con los días, se podía notar en su ánimo un pequeño desliz. Aunque sintiera su pena recorrer cada rincón de su plumaje, la monotonía acabaría por dejarlo desnudo. Mientras tanto, Anny había vuelto a salir con más frecuencia de su pequeño refugio y se la veía recorrer los prados a un paso ligero, de flor en flor. Empero, sin previo aviso, Franco se ausentó por ocho días, en los que Anny volvió a sentir como la invadía un sentimiento de orfandad, donde las paredes se volvían más grandes, y levantarse le costaba más. No la despertaba ya su amigo cantando, y para el fin del período había vuelto a dejarse ganar por la pesadumbre y no salía a recorrer los pastizales.
Me contaron los arbustos que fue una mañana de primavera la que sorprendió a Anny con un narciso inesperado. Sus matices amarillos le iluminaron el rostro, y tiñeron su día con sabor a budín de banana, esa flor significó para ella una razón para tener un día feliz, era una razón simple, una razón honesta.
Sus días fueron mejorando poco a poco.  Cada mañana recibía un narciso nuevo mientras su incertidumbre crecía ¿Quién sería el autor de semejante gesto? Pensó en muchas cosas, pensó en la casualidad, pensó en el Señor, en sus amigos y vecinos. Finalmente llegó a la conclusión, de que si era algo que le traía alegría a su corazón, definitivamente debía provenir de su amigo el jilguero. Por lo tanto,  al día siguiente se levantó más temprano de lo previsto para verlo llegar… se vio decepcionada, no vio llegar a Franco ni a la flor. Sin embargo, la noche la esperó con un telón de sorpresa. Escuchó un ruido fuera de su refugio, y al salir se encontró con las zanahorias más grandes y sabrosas que ningún conejo había visto jamás.
La sorpresa de las zanahorias siguió un tiempo más, como la de los narcisos, pero también cesó. Dos días hicieron falta para que el corazón de Anny diera un vuelco, inesperadamente vio a Franco cruzar el cielo volando…

Tibios, fueron golpes tibios como el té. Que se pronunciaban dulcemente como la miel, porque eran palabras de amor, melodías que cantó el jilguero, que a duras penas le salió la voz.
Y la coneja salió, medio saltando, y lo vio, parado el jilguero sobre la rama. Pequeño, menudo; blanco, marrón y negro. Rojo su rostro, y blanco su pico, y los dichos pronunciados, que tienen el color que queres vos, dijeron:

- Nueve de mis días los pasé juntando los mejores motivos que encontré, te traje durante nueve días los mejores narcisos que encontré, pues temía que te olvidaras, y abandonaras tu ser. Si no tenías fuerza para existir, no podría alegrarme yo de verte ir… nueve días más pasé buscándote la mejor comida que pude encontrar, yéndome a prados lejanos, de los que pocos han oído hablar. Quería que tuvieras refuerzos de energía, para que tuvieras fuerza…y que eligieras, una vez más y con cada día, volver a respirar.
No obstante, todos estos días fueron torturas eternas, me condenaba el mero hecho de que quizás no alcanzase con todo esto, me aterraba no poder crear razones suficientes para vos misma, ni las pertinentes… de esas que sirven para enamorar.

Y Anny se sintió tocar el sol, y empezó a bailar con las nubes, y con la lluvia, las estrellas y el aire. Se movía como el viento, y saltaba, saltaba por todos lados. Incluso cuando estaba quieta saltaba, porque su mente no paraba de volar. Y agarraba el aeroplano y planeaba, mil y un ideas, mil y un inventos, mil y un historias, mil y un grullas de papel que se queman y hacen arte y suspiran pasión. Anny se enamoró, se enamoró del jilguero, y los puerco-espines y los arbustos la veían reírse de lo gracioso que se veía un pájaro con un conejo caminando juntos, y su risa atrajo a muchos animalitos, que empezaron a pasar más tiempo con ellos, porque a todos les gusta reír.

 ¿Cuál es el sentido de amar con medidas? De callarse, volverse invisible para así esperar en silencio.Nada es lo que perdemos, porque nada es lo que poseemos; y ahí, en aquel secreto, se esconde la incertidumbre. Muchas veces nos carcome, nos dice " no es tuyo el pájaro, ni eterna la flor" y nos hace temer, nos paraliza. Luego observamos con inocentes ojos nuestro tesoro y descubrimos, en un rincón oculto, en la vitrina del ojo, nuestra fragilidad. Y aún así, hechos de arcilla, nos acercamos al fuego, nos exponemos para arder y consumirnos, porque sólo así nos sentimos vivos.
Así fue que, Anny un día le preguntó a Franco, por qué no la dejaba desatar el piolín, ella tenía dos manos y estaba segura de que podría hacerlo muy bien. Él le explico que no podía volar sin un peso en la pata, ya que si bien el actual le ocasionaba un desequilibrio importante, también se lo ocasionaría la ausencia total.
“Entonces es sólo cuestión de reemplazar esa roca negra como el carbón por otra, más liviana, quién sabe, quizás con desminuir el tamaño un poco… podríamos probar”

“No es tan simple” Dijo el jilguero, y sus ojos se nublaron, y la coneja sintió como se desplazaba del presente y se iba lejos, en una dirección desconocida. Se remontaba al pasado, y parecía no volver, parecía debilitarse.
Aún así, aunque a las palabras les costaba deslizarse por la garganta, aunque a veces empujarlas y escupirlas estrepitosamente causara dolor, ambos sabían que no había mejor camino.

Ahora lo sabía. Sabía que esa piedra era mucho más que un trozo de tierra. Sabía que era una piedra densa, cargada de remordimientos, una piedra colmada de culpa. Una piedra que al mirarla, le producía una fricción a Franco en el pecho, una piedra que llevaba a todas partes, de la que no se podía deshacer, desentender, y que con el tiempo, cuando ya no tuviera más su jovial espíritu, terminaría por devolverlo al suelo.

Anny sintió la necesidad de hacer algo. El jilguero le había dado fuerza, la había alimentado, le había recordado como sonreír. Entonces, como si se fuera de viaje, empacó lo mejor de sí. En una pequeña caja, metió sábanas tejidas de sueños, botellitas de profundos deseos. Metió vestidos de esperanza, libros de paciencia, recetas de sonrisas. Guardó sombras de lágrimas y luces de enseñanzas. Por último, en la caja, acomodó lo más íntimo de sí: un par de medias blancas. Y supo (porque son muy pocas las personas que merecen las medias blancas de un conejo) que de esta forma Franco nunca olvidaría que es especial.

Fue así, que el jilguero Franco de las Islas Canarias, anda con un piolín y una caja, libre de volar sobre las casas, perseguir primaveras y mirar puestas de soles, y sabe, no importa cuál sea el horizonte, que nunca se encuentra solo. Que es dueño de un par de medias blancas, de una coneja llamada Anny. Que esas medias con la llave del refugio de su sonrisa, la excusa perfecta para el consuelo de un abrazo, y la inteligencia infinita de aquel que comprende, más allá de las palabras.

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