¿Podría quizás, aunque sólo fuese momentáneo, entregarme al movimiento eterno, sin orden ni respiro, que supone tu cuerpo?

Tengo la sensación de estar sumergida en el agua, cuya inmensidad me tranquiliza al mismo tiempo que me succiona.

Me siento a mirarte desde la fina capa de la superficie, tocándote siempre con una capa de humedad (in)propia.

Desde la primera vez que tuve miedo (aquello duró tanto que aún hoy no se ha ido) olvidé por completo cómo sorprenderme.




Me aterra tu fascinación porque me creo incapaz de la misma.




No merecés amar mi muerte
Te has vuelto indescifrable
No alcanzo a tocarte en este abismo de muerte,
Ni en el abrazo desesperado
Con intenciones desgarradas.
No vas a interrumpir mi calma,
Llevo años con la muerte clavada en los ojos.
Tu grito de cachorro escondido
Me pesa en la mitad de la sonrisa.
No busques salvarte,
En principio nunca,
Y menos
En estas manos
Que están recién volviendo a improvisar
Los temblores del deseo.


Ven a verme en la mañana,


Ven a visitarme cuando aún no me he vestido,


cuando aún no he tenido tiempo de armarme.


Sorpréndeme con el cuerpo desierto, deshabitado.


Encuéntrame en este infierno áspero, donde las palabras sin piel se pronuncian o se inscriben sin pedir permiso


Obsérvame en este delirio cruel que no conoce tu abrazo,


que no sabe ni responderte las caricias.


ahí donde las palabras disfrutan del caos de mi mente y se agrupan en mi mano para reírse,


ahí donde mi lengua se acurruca en los cadáveres que no han sabido caer de mi boca,


acuéstate en la profundidad de mis fantasmas,


absuélveme de la posibilidad de significar algo,


espérame en las sombras de mis pestañas


que estoy todavía muy lejos negra,


que estoy todavía muy perdida negrita,





y quiero encontrarte.


Me dirijo a tu encuentro de la única forma que sé hacerlo: sucia. La mugre en mis labios se condensa como la única verdad que habita mi cuerpo. Toda mi vida es un tejido inmenso de ficciones que fui inventando para poder quererte, para que existiera aunque sea esa pequeña posibilidad.


Mis piernas tiemblan. Camino con la mirada perdida en las patentes de los autos inoportunos. Camino con la certeza de una fragilidad anticipada: la magia de las palabras siempre puede acabarse, la magia de las palabras se termina cuando alguien pide explicaciones.


Esta es mi condena: nunca podré ser auténtica. Nunca podré besarte sin sentir culpa. Nunca podré no besarte. Nunca podré.


Cuando era pequeña, cuando aún jugaba en el piso y construía la ficción, es decir, antes de que ella me construyera a mí con sus deberes y tareas, con la responsabilidad de un futuro intangible e impropio, yo que cuando jugábamos a la familia siempre quería ser el perro, yo que crecí con un solo mejor amigo, en lo inacabable de mi llanto, ya presentía la inefable consecuencia.


“No quiero crecer nunca, mamá.” te dije, y vos vieja, me mentiste. Me dijiste que no había nada más hermoso. Yo te escuché pelear en la cocina con mi hermano y supe que crecer implicaba el desarraigo, pero vos insististe. No hay nada más hermoso.


Mis piernas tiemblan. Camino por las calles y tengo miedo de encontrarla, le tengo miedo a su decepción, le tengo miedo a su pupila enojada rodando por los pasillos de la memoria, le tengo miedo a su pupila fundida en el agua de lo inamovible. Es decir, le tengo miedo a las explicaciones. Sin embargo, sigo el camino hacia tu casa, sigo el camino hasta quedar inundada de nuestra imposibilidad.


Necesito que sepas una cosa. Es pequeña, es absurda, pero es necesaria. Cuando miro mis ojos reflejados en el espejo, cuando la contradicción se enfrenta a la correspondencia, casi siempre encuentro en una esquina un rumor. Necesito que me ayudes a descifrar si es que aún sigo gritando, o hay algo adentro mío tan muerto, tan callado, que empaña a mis ojos de un ruidoso silencio.


Necesito que sepas que esta angustia no conoce puente, ni salvación, ni poner en pausa (siempre me agarra desprevenida). Los ojos de mi madre están lejos en el tiempo, sonriendo al aire, pensando en lo que nunca fui.


Necesito que sepas que esta angustia sólo conoce de puntos de fuga. Por ejemplo, tu abrazo que llaga latiendo, tu abrazo que llega agitado, por ejemplo, su calidez que viene a besarme las miserias.


Mi mundo sigue lleno de juguetes, porque es ahí, en donde construimos lo que no puede existir, es ahí, donde nos olvidamos del miedo, es ahí, en esa infantilización incrédula, inocente, ingenua, que crecer puede ser hermoso.

Seguidores