Intervalo

Se me caen
los labios 
de mi sonrisa
Los ojos
de mis pestañas
La boca
de mis palabras
pero el suspiro
no expira
no vuela
no termina de caer
nunca

Te busca mi nariz
Te escucha mi pecho
Te lloran mis manos
Te besan mis ojos
Pero no te alcanza
Mi suspiro no te llega
a tocar

Entonces mis miedos
preguntan
siempre temblando
Y entre vibraciones 
vacilantes
Buscan, persiguen,
excavan, revuelven
sin hallar nada

No está
mi suspiro no está.
Yo tampoco

Instrucciones para olvidar

ADVERTENCIA: Este texto, de longitud corta-mediana, debe ser leído hasta el final para comprender su significado absoluto. 

Localice el recuerdo, persona, secuencia o situación que perturba su mente. Una vez que la haya identificado, trate de no pensar demasiado en ella y sus detalles, dado que esto podría complicar los pasos siguientes. Para ayudarse póngale un título o algún tipo de rótulo que le ayude a su mente a asociarla para poder luego, eliminarla velozmente. Una vez finalizados estos pasos, tiene dos opciones que están profundamente encadenadas con el origen de su deseo de olvidar. En el caso primero de que se trate de una situación vergonzosa, humillante, o que simplemente le cause rechazo; lo que usted puede hacer es bien: realizar algo que supere en mejoría lo hecho, o en su defecto que lo empeore. Es decir, si usted en vez de decirle a su tía “que hermosa remera”, se confundió y le dijo “que hermosa ramera”; puede o bien realizar de manera correcta su cumplido en la próxima ocasión; cambiando la temática y exagerando el tono; o bien decírselo a su pareja. De cualquiera de estas dos formas, ya no tendrá que preocuparse por el hecho pasado y podrá dejarlo en el olvido teniendo que atenerse a las circunstancias del presente. En el caso segundo de que su materia de olvido sea un tanto más compleja, tratándose ya de personas y situaciones de un nivel de compromiso más alto que el nombrado anteriormente, le aconsejo humildemente que lo niegue a toda costa. Transforme estas instancias en una clase de Educación Cívica, de no ser posible en un cuento de ficción y/o leyenda urbana, que cree haber vivido y/o sentido pero del cual se siente completamente desvinculado y del cual recuerda particularmente nada. Es decir, cuando se haga mención de aquel nombre o situación que le perturba hágase el desentendido. Si es acaso la primer opción finja que piensa que le están hablando de otra persona que se llama de forma idéntica, si no conoce a nadie se le permite recurrir a la excusa de algún famoso y en caso de desesperación, puede inventar una persona. Si es acaso la segunda, afirme no recordar ninguno de los sucesos, y si puede escudarse bajo la premisa de que no se encontraba sobrio, utilícela sin dejar gota alguna. En un tercer y último caso de que se trate de una pareja conyugal el objeto de su olvido, se le recomienda altamente correr hacia la esquina más cercana, lanzarse a los brazos del destino e insistir en un nuevo camino, viable o no, afirmando y reafirmando su absurda e inexistente felicidad que rebosa ahora en su ser. Para complementar dicha práctica puede utilizar los consejos de negación del caso anterior.
En cualquier caso, es indispensable que no se confiese en ningún momento a usted mismo, ni a otros, la inminente verdad. No, no se lo voy a decir yo tampoco. Usted súbase al colectivo y no se queje por la multitud  que tendrá a fin de cuentas un paso rápido por este, y llegará hacia el olvido de su dignidad pasaje Express.
Si no está feliz con los resultados, puede probar ir caminando; recorriendo estación por estación el proceso de superación. Sólo le advertimos que es muy probable que derroche kilos y kilos de tiempo y aún así es probable que no cambie nada y que tenga que vivir sabiendo que lo que pasó fue importante y forma parte de su ser. Como último recurso, totalmente deliberado y absurdo, si es que usted se encuentra en la categoría de personas ridículas que circulan por este mundo, puede usted probar aceptando el objeto de olvido, con sus detalles y pormenores. 

Lentamente

Caminé lentamente hacia él. Mis pasos retumbaban en el piso, no sé si por la fuerza que transmitía mi furia por los pies, o por su nerviosismo que se escapaba frenético a través de su cuerpo. Me paré en seco. Lo miré. Ahí, tan patético y ridículo. Los ojos vendados y la boca amordazada. Me puse detrás suyo, y le solté la venda de la boca. Sus labios temblaban de miedo. Lo besé casi con dulzura, una dulzura fingida y sé que todo esto solo lo perturbó más. Lo sentía y porque bien sé de juegos de la mente, y sé que su tablero estaba a punto de explotar de agonía. También sé que quiso hablar pero no pudo. En orden con su ausencia de palabras contribuí con las mías, susurrando en su oído “Esto es totalmente necesario”. Desnudo. Estaba desnudo, frágil, expuesto. Sobre todo eso, expuesto. Al frío, a la crueldad, pero sobre todo a mí y a mi deseo. Entonces agarré la navaja y le corte, apenas, los labios. La sangre brotó al instante, derramándose por su pera y cayendo por su cuerpo. Empecé a gritar, y mis gritos se transformaron en alaridos, como una tormenta. En medio de la penumbra divisé otra silla y la revoleé con furia hacia la pared. Se hizo trizas. Él estaba cada vez más asustado y yo cada vez gritaba con más enojo. Pateé la mesa cerca de él y me acerqué precipitadamente a su lado. Lloraba. Estaba angustiado. Tomé su rostro con una mano y lo observé delicadamente. Comencé a agitarlo con violencia, sin represión alguna. Me senté encima de sus piernas, con las piernas cruzadas. Le provoqué heridas en los costados del cuello con la navaja que había utilizado anteriormente, mientras él exhalaba gemidos de dolor. “Lo quiero todo de vuelta, y más vale que me lo devuelvas ya”.
Le dije eso igual. Aunque sabía que no se podía. Se lo dije porque soy buena y quiero que vean que oportunidad tuvo. Pero él no me podía dar lo que estaba adentro suyo.
Así que le abrí el pecho. Mojé mis manos con su sangre y se la esparcí en el pelo, hasta dejarlo completamente húmedo. Y sólo porque era completamente necesario en ese momento, y porque todavía estaba vivo le retiré la venda de los ojos. Le pedí que me mire pero no quería hacerlo. Entonces le sujeté la cara y lo obligué. Lo vi llorar, por primera vez. Lo vi humillado y arrepentido.
Y si bien supe que por fin me había entendido, como yo ya les dije, soy buena. Y no lo dejé seguir viviendo con tal sufrimiento.
Me pinté con su sangre la cara, así como hacían antes los indios. “Ya no te amo” le dije. Lento. Y me empecé a reír, mucho. Muchísimo, tan alto que tapaba sus espasmos.
Me di media vuelta y cerré la puerta. Apagué todas las luces. Dejé que la hemorragia terminara mi trabajo

Consigna: Escribir un cuento sangriento

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