A Martínez le gustaba mucho ponerse sus zapatos azules y
salir a caminar por avenidas grandes. No se sabía atar muy bien los cordones
así que se vivía tropezando pero eso no parecía importarle demasiado, él todas
las mañanas salía con su mochila sin falta a recorrer aquellas calles angostas
que le ofrecía la ciudad.
Muchas veces con frío y abrigado hasta la médula, con una
bufanda que le cubría no solo el cuello sino, la mitad de la cara. Muchas veces
con calor, dejando charquitos de agua en cualquier lado donde se posase. Les
iba a mentir, porque es más fácil (nada personal), diciéndoles que siempre iba
contento. Qué se yo, era un persona, lo que sí pasaba y era raro es que, dentro
de todo, le gustaba lo que hacía. Bastante.
A la mañana temprano,
porque siempre le gustó madrugar, ponía en su mochila un cuaderno y un lápiz. La
mayoría de las veces iba a su avenida favorita que era la segunda más ancha
pero la más repleta de gente. Las personas pasaban y él las observaba, había
quienes iban apurados, a velocidades exageradas, esquivando y chocándose con
los otros. Había quienes iban lento, perdidos en el paisaje, o en sus pensamientos,
chocándose con otros, también. Y había quienes le llamaban particularmente la
atención, por algún gesto, algún detalle. Entonces él se acercaba y les pedía
que le hicieran un dibujo. Casi siempre se hacía amigos. Definitivamente era un
tipo raro. Más que nada por lo de levantarse temprano ¿Qué necesidad?
Un día salió llorando de su casa y se
sentó en la vereda a descansar cuando se le acercó un amigo. Lo que más le
gustaba de él es que tenía muchos resortes en la cabeza, muchísimos, y cuando
sonreía se le arrugaba la nariz. Su amigo se sentó y le preguntó qué le pasaba,
Martinez le contó sobre cómo le habían comprado zapatos negros y querían que se
los ponga. Zapatos negros, una cosa de no creer, cómo si él pudiese aprender a
cerrar el pecho. Le contó a su acompañante que por aquellos prados abundaban
las personas que como él pedían cosas. Pero la mayoría querían papeles ya
pintados, nada personal y esto era muy triste porque nunca tenían realmente
nada. Todos tenían zapatos negros, o zapatos de colores desteñidos (que era un
poco mejor pero igual). Martinez se negaba rotundamente, pero todos insistían en
que tarde o temprano se debería sacar sus zapatos azules, así que por favor no
hiciera tanto berrinche.
- Además - le dijo clavándole su certeza
en los ojos - quizás un día me veas con zapatos negros. Pero ya no seré yo.