A mí nadie me preguntó si yo quería
crecer. No sé si a vos tampoco, y la verdad que mucho no me importa. Estoy
indignada. No entiendo cuando ni por qué llegué a esta ruta. Desfilo entre
miles y millones de carteles que no dicen nada. Miro a mis costados y el campo
está desolado.
Como estrellas en el cielo pasan una
a una esas memorias, esas caras. Llegaron y se fueron, como vos, pisaron y
hundieron. La arena. Y mi pecho. Lo que más me molesta es que no se detiene, el
tiempo no para. Ni un segundo. Los autos siguen, dando vueltas y más vueltas y
aumentan la velocidad. Y ahí estás vos, llorando, porque no encontrás tu
peluche preferido. Y seguís jugando, porque a nadie le importa. Entonces pasan
las cantidades enormes de personas, si te alejas parecen hormigas frenéticas,
aceleradas, desquiciadas, abriéndose paso por las calles y los pasillos,
corriendo, apuradas hacia ningún, ningún sitio. Y ahí estás vos parado en el
medio. Mirás a tus costados, la gente te mira porque sos diferente. Y vos querés
llorar pero de chico te enseñaron que eso queda mal. En tus oídos penetra el
sonido de una moto acelerando, que se multiplica, como partículas se separa y
se divide y son montones de armatostes corriendo a todo lo que da por la ruta
vacía. Entonces te acordás que fue así como llegaste. No sentís ganas de
llorar. Te metes la mano en el pecho y no encontrás nada. Tenes la vaga idea de
que te olvidaste algo importante en alguna parte, que alguien se quedó con eso
tan importante. Pero bueno, vos tampoco te acordaste de ir a buscarlo.
Camino por las baldosas desgastadas,
con ese tinte rojo tirando a bordo que tantos recuerdos almacena. Este mismo
piso que caminaron tanto amigos, sin ir más lejos mi propia sangre. Sangre.
Algo muere, con el tiempo, algo de de nosotros se muere. Entonces los
corredores se llenan de fantasmas, de los ecos de las risas, de las anécdotas e
historias que poco a poco se irán yendo a dormir a algún rincón de la mente. No,
no es que se TAN importante. Apenas es el principio del fin. Es una estrella
que arde, brilla e ilumina… pero también se consume. También se apaga. Entonces
camino por el corredor de los espejos, juntando aquellos pedazos rotos.
Contemplo sus deseos, sus ansias, su esencia, pero sobretodo trato de olvidar
por qué no pudieron ser. Los meto en la bolsa. Doblo la esquina y me encuentro
con aquellos estantes, antiquísimos y desgarrados, ocupando el largo y ancho de
la pared. Allí yacen inertes miles de bocetos, trazos, tinta y papel,
solemnemente apoyados, como descansando. Pero no los voy a leer. Temo no poder
volver de atrás. Los dejo envueltos en un racimo de soledad y apago la luz.
Salgo afuera. A travieso el patio.
Veo los pájaros, las flores y el pasto. La extensión del cielo me da paz, y el
sol hace renacer en mí un poco de alegría.
Después de la nada me acuerdo. Me
acuerdo que nada de esto es verdad. Que me tengo que ir. Me cargo la mochila al
hombro. No obstante, la tiro con rabia, lejos. Ni que me fuese a servir para
algo. No soy más de lo que se ve, quizás no sea nada. Me repito que eso está
bien. Y no insisto para que no se muera mi estrella. La dejo caer y sin mirar
atrás, traspaso la puerta y me voy. Indignada.
Porque a mi nadie me preguntó si yo quería
crecer.