Consigna nº3: Componer una autobiografía en primera o tercera persona.

Así como pulgarcito nació y se encontró con un mundo inmensamente grande comparado a su tamaño, así me sucedió a mí, sólo que yo, soy mujer. Siempre dije que el tiempo me dejó de lado y siguió su carrera delante de mí por, mínimo, 10 años, que no es sino, la diferencia de edad entre mi hermano más joven y yo. Prontamente fui creciendo como una niña tranquila y risueña, flexible y dada. Y en momentos como ahora me doy cuenta de lo diferente que se ve el mundo cunado se tiene inocencia. Yo solía tener un rulo por cada sonrisa, y ahora juraría que tengo uno por cada problema.


En ese entonces yo creía en los ángeles, y cuando se murió mi abuelo y me trajeron a mi nuevo mejor amigo, no podía pensar que fuera otra cosa. En verdad al principio era lo más parecido a un pony que podía encontrar, aunque con el tiempo terminó siendo mucho más humano que otros, mejor amigo que cualquiera y mi hermano más cercano. Me acuerdo también que entonces me gustaba la sirenita porque hacía natación y ella también era la más chica de muchas hermanas y tenía a su mejor amigo que no era como ella, que era un pez. Y estas cosas pequeñas, que hoy a cualquiera le resultan detalles insignificantes, en su momento fueron suficientes como para crear un mundo entero, que me alcanzaba y me hacía feliz. Él hacía que todo me bastara, porque sólo él se quedó callado y me escuchó durante horas, nunca se ausentó en aquellas noches que yo creía morir, y nunca me recriminó ser como era. No, nunca se enojó conmigo. Y a partir de aquí empieza el desconcierto, porque cuando dio su último suspiro después de once años juntos, mi mundo se desarticuló. Bueno, en verdad se venía cayendo a pedazos desde hacía tiempo, pero fue el impacto. Uno se acostumbra a ver como se gastan las torres de los castillos, pero cuando se cae la construcción entera, sólo advertimos aquél hecho. Ya no tenemos el consuelo de que al menos una parte sigue en pie. Es más, agregaré sin querer ser redundante, pero en varios momentos sentí morir dentro de mí pedazos de mi ser, ¿o de mi inocencia? En fin, que algo se quebraba en mil pedazos y que ya era muy tarde para volver a armar.



Me pongo triste, no encuentro sentido. “Nací un dos de enero de 1996”. Pero me temo que ni el dos, ni el uno, ni el seis o el nueve dicen nada sobre mí. Y que si tengo 16 años, y que si mido, y que si peso, y no. Porque todo lo fáctico, numérico y temporal no tienen relación alguna con mi persona. Las cosas esenciales, esas cosas que nunca se escriben en los libros, que las personas nunca saben de los otros. Por ejemplo ¿Cuál sería el color favorito de Storni? ¿Qué animal le gustaba más al chico con el que salías? Y sí, importa, importa muchísimo, pensar que si no fuera por cosas esenciales de este tipo, el zorro hoy en día no se acordaría del principito cuando viera campos de trigo. No se pueden crear puentes o lazos con números y fechas, y qué seríamos, qué escribiríamos en nuestra autobiografía, si alguien no nos hubiera domesticado, si no nos hubieran dejado una huella, mostrado otro camino. Si no nos relacionamos con los demás, aunque sea una sola persona, si no lo hacemos en profundidad terminamos conociendo muy poco de nosotros mismos.



Entonces, si ustedes fueran y le preguntaran a mi perro como hablaría de mí, él seguro que contestaría algo como “Le gustaba mucho el chocolate pero no si era un gusto de helado, y a mí me gustaba mucho como ella me acariciaba y me cuidaba. Un día se puso triste, y a ese le siguieron muchos más. Yo pensaba que se había lastimado y la besaba todo el tiempo porque sabía que así se sanaba heridas. Creo que no bastó. Y sin embargo yo sólo comprendí en ella su soledad, yo sólo entendía que era ser diferente a los demás… como más bajitos, pero en muchos sentidos. No tenía la capacidad de decirle nada, pero con los ojos le dije mil veces que la quería”.

Luego de tan fúnebre acontecimiento, me fui, me alejé mentalmente de todos y pronto me encontré caminando por lugares insospechados, lugares rotos. Y no faltó más que una brazada para encontrarme pronto en medio de una guerra.



Ridículamente, porque eso soy, ridícula, me puse a agitar una espada que terminó por herirme más veces a mí misma que al enemigo. Y qué desolación que fue tomar conciencia de que no tenía, ni siquiera un pony que me llevara de vuelta a casa. Lamentablemente, hasta que fue considerablemente tarde, no me di cuenta de que no existía tal cosa como un enemigo, que yo no era soldado, que mi vida de repente se había vuelto un absurdo… que podía evitarlo.



Así fue como tiré la espada. Así fue como me deshice de mi cola de pez. Y así es como hoy tengo cicatrices de guerra, y de vez en cuando me ahogo sin necesidad de no respirar aire.

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