(relato de)

Qué ingenua. Me quedé temblando cuando la vi y supe, fue la certeza lo que me impresionó, que nada sería a mí modo. Alcé las manos en alto intentando sostener la gran piedra que venía a instaurarse en un hueco de mi cuerpo. Las alcé bien alto, estiré mucho los brazos y aún así, aún así. Te reías. Mis manos son tan pequeñas - y a vos solo te hizo falta mirarme. No lo supe en ese momento y vos lo sabías de antes.
Y mirá que di vueltas, y mirá que salí a tomar aire, y así y todo, no. Así y todo, y más, no hubiera alcanzado el pasto de mis pasos que rondaron tantos pavimentos en busca de una idea minúscula de lo que podrías ser vos.
Hojas. Miles de hojas caen en otoño y crujen bajo los dedos de mis pies. Una respuesta tuya y miles de hojas crujiendo entre mis dedos.
No te vi llegar. Alcé las manos para sostener la piedra que vino a hundirse en el hueco de mi cuerpo y no te pude preguntar - si entendiste el código o si fue un impulso- que yo ya estaba nadando en las hojas de tu otoño, desnuda.

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