“El tiempo entre nosotros es escaso” me dijo, pero su voz no parecía anunciar un dictamen de clausura, como sentí cuando dibujaba (en las letras) las líneas, sino que parecía hablar del hueco que hay entre nuestros cuerpos. Se deslizaba en esa ambigüedad y caía el cuerpo de Olivia golpeando los espacios, retumbando en silencios que yo me resigné a observar.

Sus piernas son largas como escaleras a la terraza. Yo subiría por ellas con un mate y una almohada mientras Olivia se desdobla y se acurruca, crece y se fricciona al lado mío, en el techo, en la terraza. Yo subiría despacio por sus piernas y después miraría como se las enrolla contra el pecho, como se huye en sus piernas tan largas que tan solo tienen miedos como kilómetros enteros y no Olivia, no. Si hay algo que no es escaso entre nosotros es el tiempo, si ni vos ni tus pies alcanzan a alcanzarme al lado tuyo que estaría estando demasiado lejos. Kilómetros y kilómetros de escaleras tan largas sólo para verte desdoblada, para que te des-do-bles sobre mi cuerpo te desdobles y te extiendas. Entre la terraza y la línea. Te me aparezcas. Por fin, donde más quieras. En el renglón. En la almohada. O en el mate.

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