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Crack.
Ese simple sonido, en un primer momento me asustó. Sin embargo fui capaz de mantener la calma, o por lo menos así lo creo yo. Fue automático, la manilla del reloj dejó de moverse por un instante. La miré a los ojos, y supe que era verdad. Desbordaba de alegría. Sabía que tenía que frenar, coser lo que se había roto, pero miré alrededor y me dije que habría tiempo para ello después. Entonces, me puse la máscara.
Crack.
Ese frenético tic tac marcando el tiempo. A veces creo que me va a enloquecer más de lo que podría tolerarse. No es que quiera excusarme, es decir, negar las cosas puede que este mal, pero el tiempo es cruel. Eso es lo que pasa. Vos no te das cuenta, pero hace mal. Me hace mal. No nos llevamos bien y punto.
Crack.
No podía estar sudando más. Es una situación muy incómoda la de saber que hay un muerto en la misma habitación que vos. Imagínate si está adentro tuyo. Exactamente esa repulsión que acabas de sentir en tu lengua, yo la escupí, para luego vestirla, adornarla, abrazarla, poseerla. Y una vez que fue mía, la sonreí, la bailé y la hice lujosa.
Crack.
Hay cosas que cuando se rompen, aunque juntes los pedazos, no se pueden volver a armar. El dolor es una cosa muy curiosa. Es la mejor forma de saber que estás vivo. Es dramática e irremediablemente inevitable, es lo que a cuestas de una supervivencia cosecha los pedazos de humanidad más sinceros.
Crack.
La presión social, es otra. ¿Cuántas veces por día nos convertiremos en monos con risas diabólicas de gestos absurdos? ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas nos gastamos en comprarnos el mismo uniforme de vaca, y cuánto esfuerzo empleamos en que nos dejen comer el estiércol, las sobras, el barro de nuestra vomitiva existencia?
Crack.
Al final, lo molesto no es el problema, sino la certeza de que no hay solución. Y de que vamos arrastrando y empujando nuestras partes rotas, riéndonos de una forma exuberante, porque el orgullo es demasiado grande como para dejarnos romper en llanto, porque a veces lo más fácil es simplemente seguir.
Crack.

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