Intranscendente

“¿Podés parar un poco?” Le dije, mientras una pila de lego caía sobre mi cabeza. “No es divertido si jugás vos solo”.

Pero bueno, así como entenderlo, no lo entendía nunca. Al principio era otra cosa, no había necesidad de decir basta. Y si bien había momentos en los que me agotaba había algo de satisfacción en su sonrisa, o en el pasto. A veces me da la impresión de que no es que no lo advertí sino que él cambió. “Yo sólo quiero jugar siempre” dijiste y me abrazaste porque sabías que ya estabas muy lejos.

Ingenioso, sos. Pero te pusiste un poco violento. Eso puede pasar, digo, lo de cebarse sin darse cuenta. Pronto tu vida era un juego constante y yo sin poder rehuir. Me levantaba temprano, me vestía y arreglaba, PLAF guerra de bombitas de agua. Llegaba del trabajo y PLAF me iba a la mierda con algún autito que estaba en el suelo y decime, decime si no es crueldad dejarme buscarte toda la tarde por una escondida.


No me podés decir nada. Igual, ni te inmutaste. Agarré la mochila y le puse dos paquetes de galletitas, mi peluche de Flounder y me fui. “Truco” susurraste. El envido está primero, tonto. Salí por la puerta y me agobió el ruido, los autos frenando, tocando bocinas, las personas chocándome, empujando siempre contra la corriente y llegué. Al laburo. No tenía mucho en que pensar y me hundía en la silla, cada segundo era más diminuta. Aire. Quería. Es cansador, ser y dejar de ser un juguete.

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