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Yo creo que en el mundo hay algo así como colores de mierda y decisiones absurdas, nada más. Hay colores de mierda que básicamente se pueden reducir en: momentos del día, sensaciones, expresiones y gestos, vocabularios.

Luego están las decisiones absurdas, como las que puede tomar un carpintero, cuando se despierta con la aurora  del día y un poco adormecido, con la tristeza de un sueño que no recuerda aún colgando de sus pestañas, se dispone a comenzar el día.
Hay muchas cosas que podría realizar el carpintero. Entre ellas están las que le salen bien, las que realiza habitualmente y las que no cambian nada. ¿Pero qué pasa? Pasa que afuera llueve y hay algo que él no recuerda, pero sabe que pasó. Entonces siente más que nunca los colores de mierda, los siente plasmados en cada pensamiento y con una repetición abrumadora se le presentan y representan en cada oración y en cada intento de huir y aislarse de ellos. Se le presentan cuando lava los platos, cuando lo llama la tía, y cuando mira al patio.
Se decide finalmente a escapar. No tiene más ganas de estar atado a su silla, a su trabajo, a su rutina, en ese día color mierda. Así que se para, agarra las llaves con cuidado, es decir, sin hacer mucho ruido como para no enterarse de la verdad inminente de que va a terminar regresando y sale. Sale a la calle, se moja, se empapa, canta canciones bobas con melodías pegajosas, se ríe para irremediablemente, como se venía anunciando desde un principio, quebrarse en el medio de una sensación.
Camina el carpintero llorando, y llora por todas las penas del mundo, habidas y por haber. Llora primero que nada, como poniendo una excusa, por Margarita. Margarita es esa mina que cada vez que él iba a la tienda le sonreía, le charlaba con la mirada. Él estaba fascinado con las promesas que recitaban esos ojos encantadores, que lo hacían caminar en colchones de nubes. Fue una caída en picada su rechazo, para qué mentir. Pero igual ¿Qué importa Margarita? Si total su nombre no es más que una flor de dos colores de mierda.
No obstante, no se detuvo ahí. Él sabía muy bien que no lloraba, o que ya no lloraba más por eso. No le importaba realmente lo tangible que era el dolor de recordarla y mirarla en la nebulosa mental y saber que no lo quería. Ella era una excusa, ella no importaba. Lo que importaba era estar ahí tan sólo, en la lluvia perdido. Caminando hacia quién sabe qué lugar, hacia quién sabe qué dirección, y saber ante todo que Margarita no lo esperaba, ni Margarita ni nadie, va.
Entonces, y solo entonces se puso a buscarse. Y se buscó por todos los costados del terreno, se fijó de no estar enredado en algún pedazo de arbusto, o perdido entre el lodo de la tierra. Pronto le entró la idea de que si él estaba por alguna de esas partes ya se habría ahogado con tanta lluvia. Dejó de buscar y siguió llorando, y esta vez lloró por todo, lloró por la injusticia de la vida que lo había condenado a aguantar cosas que él no quería ni saber. Lloró por sus padres y su triste destino. Lloró por los amigos que nunca había vuelto a ver. Lloró por la crueldad del mundo.  Lloró porque no se sentía ni con derecho a estar llorando sabiendo que hay gente que está peor que uno, y lloró por las dudas, porque sabía que había algo de lo que se olvidaba. Al final terminó llorando sólo para no sentirse tan desentonado con la lluvia, que insistía en llorar más fuerte y mejor que él.
Sólo al llegar al río comprendió que el problema era que las personas no tomaban suficientes decisiones absurdas. Y llorando Margaritas, bailando angustias, terminó por construir un mensaje, que tenía un color de mierda, pero era más puente que nadie.

2 comentarios:

Leandro dijo...

Muy bueno, me gustó bastante. Lo que sí, podrías hurgar en tu mente y ponerle un título!

Emilia dijo...

Leandro, muchas gracias! Hurgaré!

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