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“Te perdiste, negra”

Eso te quería decir y no pude. No pude decírtelo de ninguna manera y vos no vas a ser tan descarada de decirme que no lo intenté. Mirá que me podés decir muchas cosas, pero no podés negar el agua que caía rociándote siempre que me ponía a lavar los platos, ni mis persecuciones sigilosas a tus caminatas imprevistas,  y mucho menos me vas a decir que no funcionó lo de abrazarte fuerte, con mi cabeza pegada a tu pelo, buscándote en el laberinto inmenso de los sueños.

En vez de eso te dije “adiós negrita” y me subí al tren con la promesa implícita de volver como siempre, con la rutina y la tarde. El problema es que te angustias demasiado che, y yo me vivo haciendo cargo. ¿O te pensas que a mí no me pesaba la mentira en los labios? Y te besé igual. Te pensaras a lo sumo, seguramente, que no me doy cuenta que hace rato que no estás y eso me enerva. Me enerva saberte triste y pensante, con la mirada perdida, en tu silla allá a lo lejos. No te puedo ver y ya te adivino el hilo mental que vas tejiendo. Te veo los enojos desbordando por los costados de las palabras, te veo tan ensimismada en esa certeza de abandono, y veo como me señalas con la mirada, aclamándome culpable. De esto, de lo otro, de todo. Tenía tanta bronca cuando me di cuenta que no te iba a importar, que vos preferías seguir jugando a esos juegos astutos y macabros, que sólo vos entendés y que a mí me dejan tambaleándome sin entender dónde estás y qué gana el que gana y qué es lo que perdemos al final.

Le conté a Mario, y vos sabés cómo es él, no entiende mucho y el boludo se pensaba que jugábamos a las escondidas y que vos te habías perdido o que yo no sabía buscarte y no, no Mario, no es así o tan así. Mal que mal un poco de razón tiene el pobre. Pero yo estaba con él ahí en el bar cuando le empecé a contar y al principio todo bien, pero después llegaron dos o tres más, los de siempre. Y viste que la cosa es así, que decís una más y me voy y después cuando te paras para irte te tenés que volver a sentar rápido porque de repente al mundo se le dio por moverse y los círculos te enredan, te terminan atando a la silla y a seguir hablando y tomando. No entendieron nada, creo, tampoco se van a acordar. No pasan ni cinco minutos y me acuerdo y te veo ahí de nuevo, compungida, con los ojos turbios y la nariz colorada. Siempre se te pone la nariz colorada cuando lloras y no es que me guste pero un poco de gracia me causa, das algo así como ternura. Hasta que hablas y te pones a explicar las cosas, y echarme la culpa y volverte tomate, hasta antes de la verborragia te abrazaría, siempre.

Lo peor es que seguro que ya te enteraste, lo de los chicos, y te pensás cualquier cosa. Te hacés la víctima como si la primera en irse no hubieses sido vos, te hacés la víctima y eso que tu forma de irte fue mucho más cruel. Mirá que yo también me quedé esperando que volvieras y ahora  estoy acá mirando la pared y también me angustio che, y eso que a mí no me gusta nada.  

Lo que quería decirte con lo del bar es que yo ya lo sabía cuando me subí al tren negrita, pero ahí me terminé de dar cuenta. Es que al final siempre estamos solos negra, y yo no puedo conmigo, mirá si voy a poder con vos y tu angustia. En otro momento quizás me hubiese tomado el tren para salir a buscarte, es decir, que capaz nos lo tomábamos juntos y entre mate y mate, con el pasto y el sol, uno nunca sabe.

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