Me dirijo a tu encuentro de la única forma que sé hacerlo: sucia. La mugre en mis labios se condensa como la única verdad que habita mi cuerpo. Toda mi vida es un tejido inmenso de ficciones que fui inventando para poder quererte, para que existiera aunque sea esa pequeña posibilidad.


Mis piernas tiemblan. Camino con la mirada perdida en las patentes de los autos inoportunos. Camino con la certeza de una fragilidad anticipada: la magia de las palabras siempre puede acabarse, la magia de las palabras se termina cuando alguien pide explicaciones.


Esta es mi condena: nunca podré ser auténtica. Nunca podré besarte sin sentir culpa. Nunca podré no besarte. Nunca podré.


Cuando era pequeña, cuando aún jugaba en el piso y construía la ficción, es decir, antes de que ella me construyera a mí con sus deberes y tareas, con la responsabilidad de un futuro intangible e impropio, yo que cuando jugábamos a la familia siempre quería ser el perro, yo que crecí con un solo mejor amigo, en lo inacabable de mi llanto, ya presentía la inefable consecuencia.


“No quiero crecer nunca, mamá.” te dije, y vos vieja, me mentiste. Me dijiste que no había nada más hermoso. Yo te escuché pelear en la cocina con mi hermano y supe que crecer implicaba el desarraigo, pero vos insististe. No hay nada más hermoso.


Mis piernas tiemblan. Camino por las calles y tengo miedo de encontrarla, le tengo miedo a su decepción, le tengo miedo a su pupila enojada rodando por los pasillos de la memoria, le tengo miedo a su pupila fundida en el agua de lo inamovible. Es decir, le tengo miedo a las explicaciones. Sin embargo, sigo el camino hacia tu casa, sigo el camino hasta quedar inundada de nuestra imposibilidad.


Necesito que sepas una cosa. Es pequeña, es absurda, pero es necesaria. Cuando miro mis ojos reflejados en el espejo, cuando la contradicción se enfrenta a la correspondencia, casi siempre encuentro en una esquina un rumor. Necesito que me ayudes a descifrar si es que aún sigo gritando, o hay algo adentro mío tan muerto, tan callado, que empaña a mis ojos de un ruidoso silencio.


Necesito que sepas que esta angustia no conoce puente, ni salvación, ni poner en pausa (siempre me agarra desprevenida). Los ojos de mi madre están lejos en el tiempo, sonriendo al aire, pensando en lo que nunca fui.


Necesito que sepas que esta angustia sólo conoce de puntos de fuga. Por ejemplo, tu abrazo que llaga latiendo, tu abrazo que llega agitado, por ejemplo, su calidez que viene a besarme las miserias.


Mi mundo sigue lleno de juguetes, porque es ahí, en donde construimos lo que no puede existir, es ahí, donde nos olvidamos del miedo, es ahí, en esa infantilización incrédula, inocente, ingenua, que crecer puede ser hermoso.

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