Quinta Carta al Señor de los Lunares

Creo que este es el único modo que tengo de sacarlo de mi cabeza.
Y voy a hacer las cosas bien; porque para equivocarnos e improvisar somos mejores los dos juntos. “No sé cómo se metió acá dentro” eso le iba a decir el otro día pero me acordé entonces, que yo insistí en que se quedara cuando lo vi atravesar el pasillo. Es mera necedad lo mío y no lo culpo de nada. Quiero que esto quede claro. Sé muy bien que si usted, el Señor de los Lunares me quisiera, u osase demostrarlo, mi interés se desplumaría, no quedaría nada.
No vaya a creer bajo ninguna circunstancia que esto a mí no me parece de lo más injusto. Simplemente esta vez, y sólo por esta vez, como el problema es mío, he decidido que lo mejor es dejar que le parezca injusto a usted.
A veces no puedo con mi desconcierto. ¿Sabe? La cinta empieza a girar y se va componiendo de a peldaños la imagen. Pasito a pasito, y mientras más la imagen se aclara, más se ve como usted me estruja contra su cuerpo, me aferra. No me deja ir, ni escapar, me apresa contra su pecho. Y sus ojos que lagrimean despedidas como si fueran muertes, porque su peor costumbre es odiarlas. Estiro la mano hacia el vacío, queriendo tocarlo. Y vuelvo una vez más a mi cama, vuelvo una vez más a mi encaprichada estrategia, a mi infantil táctica, a mi inexistente renuncia y empedernida negación de su ausencia. ¿Cómo iba yo a entender acaso, que usted podía ser asi? ¿Cómo iba yo a imaginar, que podía llegar a olvidarsele despedirse? No dejé de mirarlo ni un segundo; incluso cuando bajó y se perdió entre la gente, lo seguí buscando hasta que el subte retomó su marcha y me arrancó de aquel lugar, dejándome con una respuesta colgando de la mano. Es la única despedida que hice para usted, y no puedo guardarla para después, ni dársela a nadie más. Tampoco me conforma tirarla. Cómo no sé qué hacer con ella, siempre termino haciendo lo mismo, repitiendo imágenes y sonidos como quién no tiene olvido. A veces, cuando no me quedan ya fuerzas para extrañarlo, recuerdo las cosas sencillas, los detalles. Como cuando estábamos sentados en un banco de noche y nos reíamos fuerte. O los lugares que usted elegía para mirar las estrellas, que siempre estaban plagados de bichos. Pero siempre eran los mejores. Y sólo ahora sé que esa canción que me mostró una vez me derritió el alma, y ya no puedo ni escucharla sin evocar su nombre.
Ya se me va a pasar. Estos días chorreo melancolía. Siempre que me quedo con una despedida colgada me pasa lo mismo. Son muy charlatanas, muy entrometidas. Usan trajecitos y te hacen advertencias, te cuentan chismes. De usted me decían el otro día que se le caía la inocencia como a la gente le sale caspa. Casi la termino tirando, como si pudiera venirme a decir que eso no es natural, que no es necesario. No es que yo me vaya peleando con todas las despedidas que cuelgan por ahí ni nada por el estilo, pero este comentario, debo admitir, me ha afectado más de lo que me hubiese gustado. ¿No saben las despedidas de sentimientos? Me propuse tantísimas veces sentarme y explicarle que si hay algo que me ha dolido de todo esto, y no podré olvidar es como con el tiempo se nos fueron cayendo pedazos de nosotros, nos fuimos perdiendo de sol a sol. Encontré muchas cosas que me gustan de mí, o de usted, pero no puedo, no soporto ver agonizar los rastros, de mí o de usted. Tan confundida me ha dejado todo esto que no sé donde es que yo empiezo, sólo sé que siempre termino en usted. Ahora voy a aprovechar para contarle, ahora mientras la despedida no me presta atención, porque cada vez que lo recuerdo, que lo saco a la luz, se vuelve pegajoso y se deforma en el piso. Se extiende en rollos negros y tapices macabros. El gran problema del comentario, el verdadero problema va más allá de la confusión. Este comentario levanta una imagen en mi mente en la que, inicialmente, aparece el parque al que íbamos de noche. La única diferencia que encuentro con el original, es que este me sabe más extenso. Los teros a veces también están ahí. Al principio no veo muy bien, hay una niebla espesa y fría que lo cubre todo. Entonces, una a una, en filas, se van apilando montículos de cemento. Rupestres y cuadrados. Yo sigo caminando, desfilo entre las ilusiones y los sueños enterrados que ustedes, los que son como el Señor de los Lunares, los que crecen diciendo que es mejor no aferrarse a nada, dejan que se les resbalen por los ojos, la boca y la piel. Es un camino largo y angustiante y sólo recuerdo bien el final, porque es cuando siento la ausencia del abrazo que nunca llega.
Cuando la proyección finaliza, termino con las mismas conclusiones infinitas. Que lo extraño a usted como la ilusión de que hay algo que necesita aferrarse a mí. Y este entendimiento caduca las imagenes y el sonido, termina con mis sueños.
Y despierta y sola de nuevo, en el medio de mi cama, como no puedo sacarlo de mi cabeza comienzo a escribirle cartas, ya que dicen que las palabras cuando caen, curan. Lo hago para que usted viva tranquilo en ellas y me deje dormir, aunque sea, un poquito más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cierre, ahora te escribo una revolución x inbox de Face!

Anónimo dijo...

Lindoo.. Aunq a mi gusto un poco extenso, pero entiendo q si uno se pone a hablar de amores y olvidos no hay palabras q alcancen...

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