Alejandro y Mia

Alejandro, era un tipo callado, sólo. Era alto y siempre se vestía de gris.
Mia, era menuda, muy flaquita, un palo a decir verdad. Era muy tímida, tenía el pelo marrón claro, y dos enormes ojos azules, como el mar.
Desde que se conocieron, no había un día que no fueran a la costa. Los días de semana, él la pasaba a buscar en su renault 12 por el trabajo, y se pasaban la tarde entera juntos, solos mirando al mar. Bueno, Mia miraba al mar, él la miraba a ella, y a sus dos grandes ojos.
La primera vez que Alejandro la vio, se quedó profundamente enamorado de su mirada. Se había convertido en su adicción, no le hubiera importado pasarse la vida entera, mirándola. Sus ojos parecían esferas sacadas del propio mar. Él amaba la manera en que centelleaban cuando sus miradas se cruzaban, amaba la forma en que se ausentaban cuando ella miraba el mar, como sí perteneciera allí.
Sucedió en un atardecer.
Mia: -“Ya estoy harta, de siempre mirar al mar.” – dijo mientras se paraba.
Alejandro:- “¿Entonces vamos a otro lado?” – preguntó confundido.
Mia:-“Mejor, probemos algo distinto” – le respondió mientras se largaba a correr, y él la seguía.
Para cuando llegaron al faro, ya estaba lloviendo a cantaros. Ella subió las escaleras más rápido que él. Cuando el llegó, ella estaba afuera, en el observador.
Alejandro: -“Mejor volve, el piso no parece estable”.
Ella no le hizo caso, seguía caminando de lado a lado, mirando el mar, como se movía con brusquedad.
Mia: -“Así es mucho mejor, mucho más lindo.”
Alejandro se estremecía, sólo quería que ella volviera, tomarla entre sus brazos y volver a casa. Se estaba haciendo de noche, la simple idea de que se cayera, le hacía doler el alma.
De pronto, de la mirada de Mia se pudo ver la costa del espanto emergiendo. Segundos después un ruido, seguido por el susurro de una muerte.
Pero nada impidió que él la siguiera amando. Todas las tardes, arrastrando su soledad, sube al faro y mira al mar, la mira a ella.