Lo primero que nos ocurrió fue el destiempo. Nos observamos sobre la niebla y cada una tan perdida en la secuencia, nos observamos y... No lo supiste entonces, pero yo te esperé en la esquina que no
me otorgó ni un segundo de tu boca. Esperé sabiendo que no llegarías, porque estaba de pie y eso me gustaba. Capaz no lo entendés, no tendrías porque saber de mi declaración de guerra: llegué tarde al mundo, todo me sucede con esa infrenable consecuencia.

No pienses que me duele el desamor, nada acá tiene que ver con las ausencias. Tu presencia en el epicentro del deseo, tu sombra pegada en mis párpados: eso es lo que me duele. Yo que me temía incapaz de entregarme lentamente fui cayendo en la vorágine de los minutos que no me pertenecen.
En esta tormenta de todo lo que no controlo el cuerpo no deja de cuestionarte.

Sos una noche excitante de mi niñez, sos los monstruos y los escondites oscuros, el cuento de terror que me tapo con las manos para no seguir escuchando.

Lo que no nos dijeron los poetas, es que un espejismo puede lastimarnos.

Sabes quiénes somos puede ser un acto revolucionario, pero vieron que a veces también se los confunde con un ataque terrorista.

Fue tanta la identificación que no pude entender que mis ojos veían lo que veían. Se quebró, sí, sentí como tu cuerpo volvía a ser tu cuerpo lejos del mío.

Siempre voy a estar agradeciéndote los poemas y que me hayas sacudido tanto pero tanto que ya no hay esquemas que me aguanten. Gracias, entonces, por la libertad de las palabras, los oídos infinitos, la sinceridad cercana. Gracias por esta euforia que me vuelve grande a puñetazos y reivindica una antigua indignación. No recordaba el vértigo de estar sumergida en el tiempo.

Corazón, no te duelas.
Yo escribo.
Y ya estoy salvada de la muerte, del amor
y de la vida.

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